En el día a día, las personas toman constantemente decisiones. La mayoría de las ocasiones llevan tan sólo unos segundos, como por ejemplo, elegir un determinado camino para llegar a una entrevista, decidir qué marca de un determinado producto se compra en el supermercado, decidir qué ropa ponerse en ese momento… Sin embargo, hay algunas que necesitan un análisis en mayor profundidad para poder encontrar la decisión correcta.
Tomar decisiones puede por tanto ser un proceso muy rápido o un proceso lento y meditado. La necesidad de que las decisiones sean rápidas, determinada por el ritmo acelerado que imponen las tareas del día a día, puede resultar difícil por la imposibilidad de analizar toda la información que se necesita para adoptar la más adecuada.
Por otro lado, pueden surgir dificultades debido a la importancia del tema sobre el que versa la decisión (ej. Comenzar a vivir con la pareja, separación de pareja, cambio de puesto de trabajo, cambio de estilo de vida), al miedo a equivocarse, a la incertidumbre que supone el cambio o a las opiniones del entorno (no siempre acordes a la alternativa hacia la que uno se inclina).
¿Qué actitud es bueno adoptar cuando aparece un problema?
Cada persona afronta la resolución de los problemas de una manera diferente basada en su personalidad, su autoestima o sus experiencias previas en situaciones similares. Hay determinadas formas de ver el problema que favorecen que la persona lo afronte y otras que facilitan que lo evite.
Algunas de las actitudes que favorecen su afrontamiento son:
- Ver los problemas como retos u oportunidades de mejora.
- Creer que los problemas tienen solución.
- Verse a uno mismo capaz de enfrentar el problema que le ocupa.
- Estar dispuesto a esforzarse en la búsqueda de la solución, invirtiendo tiempo y energía.
Algunas veces, las personas adoptan actitudes que favorecen que vean el problema como una amenaza, no crean que pueda resolverse, no confíen en sus propias habilidades o no se sientan con las fuerzas suficientes para afrontarlo. En esas ocasiones una terapia encaminada a analizar los factores que le impiden tomar la decisión, así como guiar y asesorar a la persona en el proceso de toma de decisiones puede ser una buena opción.
La terapia, en ningún caso pretende tomar esa decisión por la persona, sino facilitar que sea ella misma quien adopte un enfoque proactivo de toma de decisiones, o dicho de otra manera, acompañar a la persona para que sea ella misma quien tome su decisión, sin esperar a que otros lo hagan por ella o llegue un momento en el que se vea forzada a tomar una determinada elección.