Desde que el niño nace, el entorno (sociedad competitiva, estilo educativo autoritario que penaliza el error, cánones de belleza) puede hacerle interpretar el error como algo negativo de lo que debe avergonzarse o como algo que debe evitar.
Con este aprendizaje, las personas desarrollan la creencia de que deben aspirar a la perfección, tanto en las acciones que realizan como en las relaciones con los demás.
Puesto que la perfección no existe, las personas que necesitan alcanzarla para sentirse realizados, van a tener numerosas frustraciones que no van a poder tolerar, sufriendo mucho por ello. Interpretar la vida como una constante competición, primero para obtener las mejores calificaciones en el colegio, luego para ser el mejor estudiante de la promoción de la universidad, después para trabajar en un puesto importante en una empresa puntera en el sector, etc. impide disfrutar del día a día, viviendo una constante insatisfacción.
En el terreno de las relaciones interpersonales, son personas que tratan de ser el mejor amigo, hijo, padre/madre, pareja…y ésto a menudo supone olvidarse de uno mismo y renunciar al propio bienestar emocional.
Cuando se mantienen creencias de no permisividad del error o imperfección, cualquier aspecto que no cumpla la expectativa de perfección va a ser vivido como un auténtico fracaso. Los errores cometidos inundan a la persona de pensamientos de minusvalía personal y autocrítica excesiva, y desatan sentimientos de incapacidad, inferioridad, culpa, impotencia, frustración y decepción.
Cuando el error es percibido de esa manera se olvida que el error y la imperfección son inherentes a la conducta humana. Cada conducta aprendida desde la infancia, ha sido adquirida a base de ensayo y error, no es posible aprender a andar sin antes haberse caído, ni lo es aprender a nadar sin haberse echado algún trago de agua.
Dejar atrás ese creencia y comprender el gran valor de ser imperfecto, supone entender los errores como lo que son, la mejor oportunidad de aprendizaje. Sólo entendiendo los errores como una oportunidad, dejando a un lado la culpa para poder aceptarlos con humildad y responsabilidad, la persona puede realmente aprender y avanzar en los retos de aprendizaje que plantea la vida.
Sólo aquellos que son capaces de valorar y apreciar su imperfección, pueden ser realmente felices y disfrutar de lo que aprenden sin temor a equivocarse.